Cuando apenas tenía quince años, trabajaba como auxiliar de enfermería en un hospital infantil aislado en medio de un espeso bosque de pinos y eucaliptos. El hospital, rodeado por la oscuridad de la noche y los susurros de los árboles, se erguía como un enclave perdido en la naturaleza, con un pequeño edificio de dos pisos para residencia donde pasaba mis noches solitarias. Las enfermeras de turno también se quedaban, pero a menudo me encontraba en una habitación amplia, repleta de camas vacías y ventanas desafiando la negrura del bosque.
En esas noches silenciosas, interrumpidas solo por el crujir de las ramas y el susurro del viento, me veía perturbada por un murmullo tenue, apenas audible al principio, pero que iba tomando forma con el paso de los minutos. Eran voces, sí, pero no voces comunes y corrientes. Se asemejaban más al suave cántico de un coro distante, como si una congregación invisible entonara plegarias en la penumbra del bosque. Me decía a mí misma que eran meros ecos del viento entre los árboles, pero la sensación de inquietud se arraigaba en mi pecho como una semilla de temor.
Una noche, decidí compartir mis inquietudes con una compañera mayor, una enfermera veterana que conocía los secretos del lugar. Su rostro se tornó serio al escuchar mis palabras, y sus ojos reflejaron una profunda preocupación. "Esas son las ánimas del purgatorio", susurró con un escalofrío en la voz, "rezando en la oscuridad. No te atrevas a mirarlas por la ventana". Sus palabras resonaron en mi mente como un eco siniestro.
A partir de ese momento, la noche se convirtió en un campo de batalla entre mi curiosidad y mi miedo. Me debatía entre la tentación de asomarme a las ventanas y la advertencia de mi compañera. Cada noche, las voces parecían más cercanas, más persistentes, como si las ánimas anhelaran ser vistas, ansiosas por ser testigos de mi presencia en aquella habitación solitaria.
Finalmente, el peso de la incertidumbre y el terror fue demasiado para soportar. Renuncié al hospital, dejando atrás el susurro de los árboles y los cantos de las ánimas, pero el recuerdo de aquellas noches llenas de misterio y horror nunca abandonaría mi mente.
A lo largo de los años, mientras continuaba mi carrera en hospitales, especialmente en radiología, me encontré con varios sucesos inexplicables y perturbadores. Fenómenos que no tenían lógica y explicación racional. Aunque ya no sentía el mismo miedo que experimenté en aquellas noches en el hospital infantil, una inquietante pregunta seguía atormentándome: ¿Eran esas experiencias simples coincidencias o acaso había algo en mí que atraía lo inexplicable, lo sobrenatural?
¡Fin!
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