La tormenta nocturna azotaba la ciudad, y yo me refugié en la seguridad de mi hogar, preparando una cena para pasar una larga noche de reclusión. La cocina, iluminada por la luz parpadeante, parecía un refugio contra la furia del clima. Pero cuando la electricidad falló, la oscuridad se apoderó de todo, solo interrumpida por los relámpagos que iluminaban el cielo.
Me senté en el sofá, observando la danza de los relámpagos detrás de la ventana, cuando de repente se oyó un sonido perturbador: la puerta del sótano se había abierto. Me levanté, movido por la curiosidad y el miedo, y me aventuré hacia la oscuridad. Lo que descubrí me heló la sangre: el sonido de pasos pesados y cadenas arrastrándose por el suelo resonaba en la casa vacía.
Decidí esconderme, esperando evitar el encuentro con quienquiera que perturbara la paz de mi hogar. Cada relámpago revelaba una sombra encadenada moviéndose por el corredor, una visión que helaba la sangre. Me escondí, esperando que pasara de largo, pero la sombra se acercaba.
Finalmente, me enfrenté a un hombre desfigurado, sus ojos brillaban con una ferocidad salvaje mientras blandía sus cadenas. La lucha que siguió fue un torbellino de golpes y gruñidos, hasta que ambos nos derrumbamos en el sótano. Cuando recobré la conciencia, me encontré en control de la situación, con mi adversario postrado a mis pies, suplicando clemencia.
Desde las sombras del sótano, lo confiné en un espacio sombrío, sus ruegos se desvanecieron en el silencio. Había protegido lo que más me importaba, y el secreto de nuestra confrontación quedaría oculto en las sombras.
¡Fin!
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