En la solitaria Ruta 5 de Salto en Uruguay, los sucesos extraños eran muy comunes. Una noche, Hernán, un viajero ansioso por llegar a su destino, se encontró con una escena escalofriante. Una mujer, con el rostro magullado y la ropa desgarrada, hacía señas desesperadas al costado del camino.
Sin dudarlo, Hernán detuvo su vehículo y se acercó a ella. "¿Necesita ayuda?", preguntó preocupado. La mujer, con una voz temblorosa respondió.. "¡Mi hijo!". Señalando hacia un automóvil destrozado a varios metros de distancia.
— ¡Mi bebé sigue atrapado en el auto!.. No pude sacarlo.. ¡Por favor, ayúdeme!
Siguiendo sus indicaciones, Hernán se acercó al vehículo accidentado. El impacto había sido violento, dejando el auto convertido en un amasijo de metal. En el interior, se oía el débil llanto de un bebé. Con mucho cuidado, Hernán se adentró entre los restos del vehículo, y con mucho esfuerzo, logró liberar al pequeño.
Aliviado, Hernán tomó al bebé en brazos. Cálmese señora, ya tengo a su hijo.., exclamó Hernán, dirigiéndose a la mujer. Pero al voltear para mostrarle al bebé, se quedó petrificado. La mujer había desaparecido. Mientras asimilaba lo que acontecía, el bebé que tenía en brazos también se desvaneció. No solo la mujer y el niño, sino también el coche accidentado habían desaparecido. El lugar donde momentos antes había presenciado una escena tan trágica, ahora era simplemente un tramo vacío de carretera.
Nervioso y pálido, Hernán se precipitó hacia su vehículo. Su corazón palpitaba frenéticamente en su pecho. "¡Lo vi! ¡Lo vi!", balbuceó, con una voz temblorosa. La experiencia lo había dejado aturdido, al borde de la locura. No podía ser una simple alucinación; ¿Acaso se había vuelto loco? Imposible. ¡Lo había visto con sus propios ojos! Sin más demora, puso en marcha el motor y emprendió el camino de regreso a casa.
Al llegar, relató a sus padres lo que había presenciado. Su padre, un hombre de pocas palabras, lo escuchó con atención.
—Hijo!, no eres el único, mucha gente ha visto a esa mujer y a su niño en esa carretera. Dicen que hace muchos años, una joven madre y su bebé sufrieron un terrible accidente en ese mismo lugar. Nadie pudo hacer nada por salvarlos.
Hernán sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—Entonces, ¿era verdad? ¿Eran fantasmas? —preguntó con voz temblorosa.
Su padre asintió lentamente.
—Parece ser que sus espíritus aún deambulan por allí, buscando paz. Dicen que la mujer nunca se resigna a perder a su hijo y por eso aparece en el camino, buscando ayuda.
Hernán quedó impactado por lo que estaba escuchando. No podía creer que algo así fuera posible, pero las palabras de su padre resonaban con fuerza en su mente.
—Y lo más extraño; es que dicen que aquellos que no se detienen a ayudar, suelen sufrir accidentes más adelante.
Hernán se estremeció.
—Entonces, ¿tuve suerte al detenerme?
Su padre asintió nuevamente.
A partir de ese día, Hernán nunca volvió a ser el mismo. La experiencia lo había marcado profundamente. Cada vez que pasaba por esa carretera, no podía evitar sentir una mezcla de miedo y respeto. Y aunque nunca volvió a ver a la mujer, siempre llevaba consigo la certeza de que su encuentro no había sido una simple alucinación, sino un encuentro con lo desconocido.
¡Fin!
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