Desperté de golpe de una siesta en el sofá de mi sala, sintiendo una pesadez inusual en el cuerpo y una quietud sospechosa en el ambiente. Todo parecía normal al principio, excepto por una botella de vodka que descansaba en el suelo, justo al lado de donde estaba acostado. No recordaba haber comprado vodka recientemente, lo cual encendió una alarma en mi mente.
Con el corazón latiendo fuerte, me levanté para investigar. La casa estaba en un silencio sepulcral, y a medida que recorría cada habitación, un escalofrío me recorría la espalda. No había señales de robo, pero tampoco había muebles, decoraciones, ni siquiera los utensilios de cocina. Todo lo que había conocido y acumulado a lo largo de los años había desaparecido, dejando solo las paredes desnudas y el eco de mis pasos.
Confundido y cada vez más aterrado, decidí bajar al sótano, un lugar que usualmente evitaba por su aire húmedo y sombrío. Al encender la luz, noté que el espacio estaba alterado, el sótano parecía haberse transformado en una especie de sala de estar subterránea. Había un sillón viejo frente a una televisión antigua con una videocasetera VHS. Al lado, una caja llena de cintas de video, todas etiquetadas con fechas y horas, siempre en la madrugada.
Movido por una mezcla de miedo y curiosidad, inserté la primera cinta en la videocasetera. Lo que vi fue aterrador: era yo, caminando de manera errática por la sala, tirando y rompiendo todo a mi paso. Mi expresión era distorsionada, casi demoníaca. Revisé cinta tras cinta, y todas mostraban lo mismo: mi figura destruyendo cada rincón de mi hogar.
La última cinta, sin embargo, era diferente. Mostraba a un grupo de personas desconocidas sentadas en el comedor, discutiendo en voz baja pero clara. "Debemos dejar esta casa," decía uno, "el alma del antiguo dueño todavía ronda aquí, con una furia destructiva." Otro añadió: "Dicen que murió por un exceso de vodka, su espíritu no ha encontrado paz."
Al escuchar esto, un frío glacial me recorrió. Miré hacia la botella de vodka junto al sillón en la sala, y luego a mis manos, transparentes como la neblina. La verdad me golpeó con la fuerza de un trueno: yo estaba muerto, condenado a errar por la casa que una vez fue mi hogar, atrapado en un bucle de ira y confusión. La videocasetera y el sótano era mi purgatorio personal, un recordatorio perpetuo de mi trágico final y de la casa que una vez amé y ahora destruía noche tras noche.
¡Fin!
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