Cuando era pequeño, el baño de mi casa se encontraba en el patio. Por lo que ir por la noche, era algo que mi hermano y yo hacíamos juntos por costumbre. Aunque intentábamos bromear para aparentar valentía, el ambiente nocturno del patio, siempre nos provocaba un escalofrío.
Esa noche en particular, al dirigirnos hacia el baño, nos quedamos completamente paralizados. Frente a nosotros, emergiendo de la oscuridad, apareció una fila interminable de figuras vestidas de blanco. Caminaban en completo silencio, con pasos tan sincronizados que parecían flotar en lugar de pisar el suelo.
La fila avanzaba hacia la casa de enfrente, como si estuvieran guiados por una fuerza invisible. Lo más inquietante era que la puerta de aquella vivienda, estaba completamente cerrada, pero las figuras entraban sin ningún problema, atravesándola como si no existiera aquella puerta. No se escuchaba ni el más mínimo ruido, ni pasos, ni susurros, ni el crujir de la madera bajo sus pies. Simplemente seguían su marcha, uno tras otro, en una procesión tan extraña como aterradora.
Mi hermano y yo permanecimos inmóviles, observando con el aliento contenido, hasta que el último desapareció tras la puerta. Esa noche no dijimos nada a nadie. Tal vez porque no éramos capaces de comprender lo que habíamos presenciado, o porque el miedo se apoderó de nosotros.
Años después, sigo recordando aquel momento con una mezcla de incredulidad y temor. Preguntas que jamás tendrán respuesta me asaltan una y otra vez.
—¿Quiénes eran?
—¿Por qué no decían nada?
—¿Cómo lograban atravesar una puerta cerrada como si no existiera?
Y lo más desconcertante, —¿cómo es que no emitían ni un solo sonido?
Hoy estoy convencido de que no eran personas comunes. Creo que eran almas en pena, espíritus atrapados en un plano al que no pertenecen, tal vez buscando algo que dejaron atrás. Aunque nunca volví a vivir algo similar, sé con absoluta certeza que no desearía revivir esa experiencia. A veces, el silencio puede ser mucho más aterrador que cualquier ruido.
¡Fin!
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