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La Leyenda de Francisco Cantuña

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En la época colonial de Quito, un indígena llamado Francisco Cantuña, descendiente directo del gran guerrero Rumiñahui, fue contratado por los frailes franciscanos para construir el atrio del Convento Máximo de San Francisco de Quito. Cantuña, motivado por la codicia y el deseo de grandeza, aceptó el encargo con entusiasmo, pero el tiempo que tenía para completar la obra era muy corto. Conforme pasaban los días, Cantuña se desesperaba al ver que la construcción aún no estaba terminada.

A solo un día de la entrega de la obra, Cantuña se encontraba en un estado de desesperación absoluta. Fue entonces cuando, subiendo desde las sombras más oscuras, se le apareció Lucifer, el amo y señor del infierno. Lucifer le ofreció ayuda a Cantuña para terminar la construcción antes de que saliera el sol, a cambio de su alma.

Cantuña, cegado por el miedo y la angustia, aceptó el trato, pero pidió una condición: que todas las piedras fueran colocadas. Los demonios al servicio de Lucifer comenzaron a trabajar rápidamente, y en poco tiempo la monumental obra arquitectónica estuvo completa. Sin embargo, al momento de llevarse el alma de Cantuña, este detuvo a Lucifer, señalando que el trato no se había cumplido, ya que faltaba una piedra por colocar.

El indígena sacó de debajo de su poncho una piedra que había escondido antes de que comenzara la construcción. Lucifer, sorprendido y derrotado, se vio obligado a retirarse sin llevarse el alma de Cantuña. Así, el atrio del Convento de San Francisco de Quito fue completado gracias a la astucia de Cantuña, quien salvó su alma de la condenación eterna. La historia de su engaño se convirtió en una leyenda que perdura en la ciudad, recordando la importancia de la astucia y la integridad incluso en los momentos más oscuros.

¡Fin!

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