Mi infancia se desmoronó cuando mi madre falleció y mi padre se casó con la hija de su mejor amigo. La nueva esposa parecía una madrastra salida de un cuento de hadas, pero pronto descubrí que su sonrisa escondía una crueldad sin límites. Me obligaba a hacer tareas agotadoras y me castigaba con golpes y palabras crueles. Cuando mi padre regresaba del trabajo, ella inventaba excusas para justificar mis moretones y arañazos. Me decía que no dijera nada, que si lo hacía, me iría peor.
Un día, la madrastra me vendió a un extraño a cambio de una carga de leña. Me subieron a un caballo y me llevaron a una casa desconocida, donde una anciana bondadosa me acogió con cariño. Me lavó las manos, me dio de comer y me abrazó con ternura. Su esposo, un hombre amable, me sonrió y me dijo que no me preocupara, que estaba a salvo. Me dijeron que era su hijita y que me cuidarían siempre.
A medida que crecía, me di cuenta de que mi nueva familia era mi verdadera familia. Me trataban con amor y respeto, y me enseñaron a valorar la vida. Mi hermano mayor me enseñó a cazar y a disfrutar del aire libre. Mi madre adoptiva me enseñó a cocinar y a cuidar de los demás. Me sentía querida y protegida.
Pero mi pasado no me olvidaba. Cuando tenía cuarenta años, me enteré de que mi padre agonizaba y quería verme. Me acompañaron mis hermanos, mi esposo y mis hijos. Frente a la puerta, vi a la madrastra que me había torturado de niño. Mi corazón latía con furia, pero mi familia adoptiva me rodeó con amor y me dio fuerza.
Entré en la habitación donde mi padre esperaba su fin. Me pidió perdón y me dijo que siempre se arrepintió de no haberme protegido. Le dije que lo perdonaba, que mi familia adoptiva me había dado una segunda oportunidad en la vida. La madrastra intentó insultarme una vez más, pero mi familia me defendió y me abrazó.
Después de la muerte de mi padre, la madrastra intentó justificar su comportamiento, pero mi familia me recordó que no estaba sola. Me dijeron que siempre estarían a mi lado, y que nunca más tendría que sufrir sola.
Ahora soy abuela y espero reunirme con mis seres queridos en el más allá. Estoy segura de que mi madre y mi padre adoptivo me esperan con los brazos abiertos. Estoy agradecida de haber encontrado una familia que me amó y me cuidó, y espero que mi historia sirva de inspiración para aquellos que han sufrido abusos y maltratos.
¡Fin!
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