Un grupo de amigos, decidieron visitar la famosa "Casa de los Muertos" en Guaymallén, Mendoza, solo por curiosidad y para ver si las historias eran ciertas. Según los rumores, la casa estaba maldita, y llena de almas perdidas que nunca encontraron descanso. A pesar de las advertencias, los chicos, con una mezcla de valentía y curiosidad, entraron en la propiedad una noche de verano.
La casa, vieja y abandonada, los recibió con un frío que les calaba hasta los huesos. Mientras avanzaban, el ambiente se volvía más pesado, y un olor a descomposición se sentía en el aire. Las paredes estaban llenas de símbolos raros, y sentían que alguien los observaba a cada paso que daban.
De repente, un fuerte golpe resonó en la casa, y una sombra se movió al final del pasillo. Los amigos, ahora más cautelosos, decidieron investigar. Un grito desgarrador los guió hasta el sótano, donde encontraron un espejo roto. En cuyo reflejo, vieron a un hombre con una mirada perdida, y una expresión de sufrimiento, como si estuviera atrapado dentro del cristal.
De pronto, la casa comenzó a temblar, y una risa escalofriante resonó en las paredes. Las luces parpadeaban violentamente, y la sombra que habían visto antes, se acercaba cada vez más. Los chicos, presos del pánico, intentaron huir, pero la puerta del sótano se cerró de golpe. Sentían una presencia malévola que los observaba, como si los estuviera vigilando de cerca.
Finalmente, lograron escapar corriendo sin mirar atrás, con la certeza de que algo los perseguía. Desde esa noche, nunca más volvieron a la Casa de los Muertos.
¡Fin!
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