El poblado de San Vicente había sido abandonado parcialmente a causa de la pobreza, y en sus calles desiertas, la vegetación había crecido de una forma salvaje y descontrolada, como si la naturaleza estuviera intentando reclamar la ciudad como suya. Fue allí donde encontré el lugar donde vivía la señora Luna, una misteriosa mujer que se dedicaba a cuidar a los niños huérfanos.
Me llamó la atención la forma en que los niños parecían estar bien alimentados y vestidos, a pesar de la pobreza que rodeaba la ciudad. Me acerqué a la señora Luna y la vi hablar con un hombre vestido con un traje negro y una capa oscura. Él parecía un hombre de negocios, pero su mirada era sombría y amenazadora.
La señora Luna me invitó a entrar en su hogar y me ofreció un vaso de vino. Me pareció un lugar extraño y oscuro, con estatuas de piedra que parecían mirarme con ojos vacíos. Me di cuenta de que los niños eran muy silenciosos y que la señora Luna parecía tener un poder sobre ellos.
Me desperté en la noche y me encontré solo en la habitación. La señora Luna había desaparecido y los niños estaban dormidos. Pero entonces, escuché un ruido en el pasillo. Era un sonido suave y lento, como si alguien estuviera caminando hacia mí. Me levanté y me acerqué al pasillo. Allí encontré a la señora Luna, con una sonrisa en el rostro y una mirada que parecía decir: "Estoy esperando a alguien".
Me di cuenta de que la señora Luna no era lo que parecía. Era una bruja que se dedicaba a comer a los niños para mantener su juventud y belleza. El hombre vestido de negro era su compañero, que se encargaba de reclutar nuevos niños para la mesa de la señora.
Me desperté en un hospital, con la cabeza dolorida y la memoria borrosa. Me dijeron que había sido encontrado en la calle, con una nota en la mano que decía: "No vayas al orfanato de San Vicente". Pero yo sabía que la señora Luna seguía allí, esperando a su próximo platillo.
¡Fin!
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