Esta experiencia me ocurrió, cuando tenía unos siete u ocho años. Aunque no tengo pruebas de lo que pasó, el recuerdo permanece en mi mente, como si hubiera sucedido ayer.
En esa época, mi hermano y yo estábamos bajo el cuidado de una niñera. Aquella tarde, los tres nos encontrábamos en la cocina de nuestra casa de dos plantas, mientras la niñera preparaba la comida. Nuestro vecindario estaba cerca de una quebrada, y los patios de las casas colindantes se unían entre sí. Se decía que en casi todas las casas de la zona, ocurrían fenómenos inexplicables.
Recuerdo que me acerqué a la ventana, y vi el patio de uno de los vecinos. Allí, en una antigua mecedora, descansaba una muñeca grande con un aspecto aterrador. Lo que me heló la sangre, fue que la muñeca se balanceaba sola, como si alguien invisible la meciera con un movimiento lento y espeluznante. La observé, petrificado, durante dos o tres minutos, incapaz de apartar la mirada.
El vaivén de la mecedora parecía estar dirigido hacia mí, como si la muñeca me estuviera observando, similar a esas escenas de terror, en las que una figura macabra se balancea en la penumbra. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, y el miedo se apoderó de mí. Retrocedí y llamé a mi hermano. Sabía que los adultos suelen ser escépticos respecto a estas cosas, así que él era mi única esperanza de que alguien me creyera.
Le expliqué rápidamente lo que había presenciado, y ambos volvimos a asomarnos por la ventana. Para nuestra sorpresa, la muñeca ya no estaba, pero la mecedora continuaba moviéndose sola. El miedo nos paralizó, y sin dudarlo, nos refugiamos debajo de la mesa del comedor.
Lo más espeluznante sucedió después, mientras nos escondíamos bajo la mesa, empezamos a oír golpes secos contra la puerta.
Nos miramos, con los ojos abiertos de par en par, sin atrevernos a movernos, con el corazón a punto de estallar. Así quedó grabado ese recuerdo: marcado por el sonido persistente de la puerta, y la inquietante sensación de que algo, o alguien, nos observaba desde el otro lado.
¡Fin!
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