Un frío glacial calaba hasta los huesos en la gélida madrugada del 13 de febrero de 1891. La niebla, densa y espesa, se adueñaba de las calles desiertas de Londres, apenas iluminadas por la tenue luz de las farolas de gas. En ese lúgubre escenario, un nuevo crimen sacudía la ciudad: el asesinato de una joven prostituta.
El agente Benjamin Leeson, respondiendo a los insistentes silbidos de auxilio, se apresuró a llegar al lugar del crimen. Su ronda nocturna lo llevaba desde la Casa de la Moneda hasta el barrio de Swallow Gardens, un laberinto de callejuelas que rodeaba un arco del puente ferroviario.
Al llegar a Swallow Gardens, Leeson se encontró con el joven agente Ernest Thompson, visiblemente agitado, y dos vigilantes nocturnos. La escena era dantesca: una joven yacía tendida en el suelo, sus ropas desgarradas y su cuerpo ensangrentado. Un profundo tajo en el cuello y varias heridas en la parte inferior del torso revelaban la brutalidad del ataque.
"¡Han matado a otra mujer!", exclamó Thompson, la voz entrecortada por la emoción. "¡Ha sido Jack el Destripador!"
Thompson, un agente novato que apenas llevaba seis meses en la fuerza, apuntaba con el dedo tembloroso hacia el cuerpo inerte. El terror se reflejaba en su semblante.
Leeson reconoció a la víctima de inmediato. Se trataba de Frances Coles, apodada "Carroty Nell" por su cabello pelirrojo, una prostituta local de veintiséis años. A pesar de que aún respiraba, era evidente que su vida se apagaba lentamente. Nada podía hacerse para salvarla.
De inmediato, se desplegó un operativo policial a gran escala. Decenas de agentes cercaron la zona del crimen, buscando al responsable y organizando una búsqueda casa por casa. El experto en medicina forense, George Phillips, se presentó en la comisaría, donde se había llevado el cuerpo de la víctima, y dictaminó la muerte de la joven.
¡Fin!
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