Hace algunos años, perdí a mi esposo en circunstancias misteriosas mientras nadábamos juntos. Provenimos de Aljojuca, Puebla, un lugar donde he vivido prácticamente toda mi vida.
Recuerdo claramente aquel día. El sol brillaba sobre las aguas tranquilas de la laguna que tanto amábamos explorar. Mi esposo, un nadador experimentado y yo, nos aventurábamos como solíamos hacerlo, disfrutando de la frescura del agua y la belleza natural que nos rodeaba. Sin embargo, la paz se rompió repentinamente. Algo en las profundidades de la laguna lo atrajo con una fuerza inexplicable. Fue como si una mano invisible lo tomara y lo arrastrara hacia abajo.
No puedo precisar si fue un remolino, un ojo de agua o incluso la sombra de una leyenda local: las sirenas que dicen habitan estas aguas. Lo único que sé es que en un instante, vi a mi esposo luchar en vano contra la corriente que lo devoraba, mientras yo me aferraba a la desesperada esperanza de poder salvarlo.
Es un hecho conocido en nuestra comunidad, que solo hombres han desaparecido en esta laguna misteriosa. La tragedia que presencié aquella tarde sigue grabada en mi memoria como una herida que nunca sanará. Sumergirme para intentar encontrarlo fue inútil.
Esta laguna ha cobrado demasiadas vidas masculinas a lo largo de los años.
Por eso, advierto con toda la fuerza de mi experiencia a quienes se aventuren aquí: aunque creas dominar las aguas, nunca subestimes las fuerzas invisibles que pueden arrebatarte a quienes amas en un abrir y cerrar de ojos.
¡Fin!
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