En un pequeño pueblo, un hombre llamado Manuel se mudó a la zona, generando inmediatamente sospechas entre los lugareños. Era un hombre de estatura promedio, con un ojo derecho tuerto, y pronto se empezó a rumorar que era un saqueador de tumbas. Los ataúdes desaparecían misteriosamente, y los cuerpos eran encontrados tirados en el suelo.
La gente murmuraba que Manuel tenía un horario nocturno sospechoso, y algunos testigos afirmaban haberlo visto abandonar el cementerio pasado la media noche.
Además, Manuel parecía prosperar rápidamente, lo que generaba más sospechas. La gente creía que estaba revendiendo los ataúdes a un precio mayor, aprovechándose de la muerte de los ricos. Incluso se pusieron vigilantes para cuidar el cementerio, pero Manuel siempre encontraba la manera de eludirlos.
Un día, una mujer se quitó la vida en el pueblo, y su cuerpo fue llevado al cementerio para el funeral. Esa noche, mientras la lluvia caía intensamente y la oscuridad era total, Manuel vio la oportunidad perfecta para robar el féretro de la mujer. Pero cuando empezó a excavar la tumba, sintió una presencia detrás de él. Se giró y se encontró cara a cara con la mujer que se había suicidado, pero esta vez con una forma aterradora.
Manuel trató de huir, pero la mujer lo agarró del cuello y empezó a devorarlo vivo. Sus desesperados gritos de auxilio no fueron escuchados por nadie. Al día siguiente, los parientes de la mujer encontraron parte del cuerpo de Manuel esparcido por el cementerio, con su cabeza clavada en un alambre. La tumba de la mujer estaba intacta, sin señal de que hubiera sido excavada.
La muerte de Manuel fue un misterio para la gente del pueblo, y algunos creyeron que fue obra de un animal. Pero el velador del cementerio sabía la verdad, aunque nadie le creyó. Desde esa noche, los robos de ataúdes cesaron, y los muertos pudieron descansar en paz.
¡Fin!
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