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El Misterio de la Casa de la Anciana

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La angustia se había instalado en el hogar de los Sánchez. La ausencia de Leonardo, su pequeño de 10 años, había dejado un vacío en sus corazones. Las autoridades, con su infatigable búsqueda, no daban con el paradero del niño. La última vez que lo vieron fue cuando salió hacia el parque, prometiendo no tardar. Pero Leonardo nunca regresó. Leonardo era un niño alegre y bondadoso, siempre dispuesto a ayudar a su madre con las tareas o a jugar un partido de fútbol con sus amigos. Era un estudiante aplicado y nunca había dado problemas. La idea de que hubiera huido de casa era impensable. Sin embargo, la policía barajaba esa posibilidad, sugiriendo que tal vez buscaba a su padre, quien lo había abandonado cuando era pequeño.

Pero la madre de Leonardo, atormentada por una intuición que no podía ignorar, sabía que algo más oscuro estaba en juego. Una sospecha que la conducía a una vieja casona de adobe al final de la calle, donde habitaba una anciana de cabello blanco y mirada perdida.

Esa anciana, conocida por todos como Doña Juana, había perdido la cordura años atrás tras la muerte de su esposo e hijo. Su hija, la única que le quedaba, luchaba contra sus propios demonios en un centro de rehabilitación. La mayoría de la gente la compadecía, pero la madre de Leonardo la veía con recelo. Había sido testigo de extraños rituales que la anciana realizaba en su patio, bajo la tenue luz de la luna.

Noche tras noche, Doña Juana dibujaba un círculo de sal en la tierra y colocaba una vela en su centro. Murmuraba palabras ininteligibles y gesticulaba como si estuviera poseída por una fuerza invisible. A veces, la madre de Leonardo la veía llorar desconsoladamente, como si abrazara a un fantasma. Otras veces, asentía con la cabeza con una sonrisa enigmática. Tras concluir su ritual, barría la sal con rapidez y apagaba la vela.

Lo que más aterrorizaba a la madre de Leonardo fue un detalle que observó hace unas semanas. La anciana había dibujado la silueta de un niño en la pared. Días después, Leonardo desapareció. Y la noche en que el niño se desvaneció, la silueta de la pared también se esfumó.

La madre de Leonardo estaba convencida de que su hijo estaba cautivo en la casa de Doña Juana. Las sombras que veía en el patio por la noche, la silueta que se movía junto a la anciana, los lamentos que escuchaba en la madrugada, todo indicaba que Leonardo estaba atrapado en ese mundo de locura.

Desesperada por salvar a su hijo, intentó contarle a su esposo lo que había visto, pero él la miró con compasión, creyendo que la angustia por la desaparición de Leonardo la había llevado al borde del colapso. La instó a no fantasear y a dejar de ver películas de terror.

Pero la madre de Leonardo no podía deshacerse de la imagen de la anciana dibujando otra silueta de niño en la pared, junto a la sombra que ella estaba segura era su hijo.

¡Fin!

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