Desde muy pequeño, he experimentado la parálisis del sueño en múltiples ocasiones. Un fenómeno que en mi país se conoce como "se sube el muerto". La mayoría de las veces, solo era la angustiante sensación de estar atrapado en mi propio cuerpo, consciente, pero incapaz de moverme.
Sin embargo, aquella noche fue diferente.
Mientras dormía, sentí de repente que algo me oprimía. Como tantas veces, mi cuerpo estaba inmóvil, pero esta vez no estaba solo. Escuché con claridad, cómo alguien abría la puerta de mi habitación. Mi respiración se agitó al notar una figura alta y oscura, deslizándose lentamente hacia mi cama.
La sombra se detuvo junto a mí, y sin previo aviso, se sentó en el borde del colchón. Un escalofrío me recorrió la espalda, cuando sentí cómo su peso hundía la cama. Antes de que pudiera reaccionar, me envolvió en un abrazo gélido y asfixiante. Sus brazos eran pesados, cada vez más, como si quisieran aplastarme contra el colchón.
Intenté resistirme, pero cuanto más me esforzaba, más fuerte se aferraba a mí. Su peso era sofocante, y su presencia aterradora. Entonces, un gruñido ronco y vibrante comenzó a resonar en mis oídos, haciendo que mi piel se erizara.
Pasaron eternos minutos de desesperación, y yo estaba perdiendo la esperanza, cuando de repente, todo cesó. La presión desapareció de golpe, y una extraña calma envolvió a la habitación. Recuperé el control de mi cuerpo, pero un ardor intenso se extendió por mi espalda.
A la mañana siguiente, al mirarme en el espejo, descubrí varias marcas en mi piel. No eran simples rasguños, sino heridas largas y rojizas, que recorrían mi espalda, como si algo con garras me hubiese atrapado.
Corrí a contarle a mi madre lo sucedido, y desde entonces, rezamos cada noche antes de dormir. Aunque sigo sufriendo episodios de parálisis del sueño, jamás he vuelto a vivir algo tan aterrador como aquella noche.
¡Fin!
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