En las afueras de la ciudad, se encontraba una vieja casa de campo, heredada por la familia de Susana, una jovencita de apenas 15 años. Su padre, un hombre de pocas palabras, había decidido mudarse allí junto a su esposa, quien ahora sería la maestra del pueblo. Susana, tendría que adaptarse a una nueva vida y a una nueva escuela.
Susana era una chica tímida, amante de los libros y las historias fantásticas. En su nuevo hogar, encontró un refugio en el ático, un espacio polvoriento y lleno de cajas antiguas, que a su imaginación le parecía un portal a mundos desconocidos.
Un día soleado, mientras exploraba el ático, Susana conoció a Sara, una chica alegre y extrovertida que vivía en la casa vecina. Ambas forjaron una amistad, llenando las tardes de risas y confidencias en la soledad de la vieja casona. Juntas, desempacaban cajas, decoraban las habitaciones y soñaban con aventuras imaginarias entre las vigas de madera y las telarañas que colgaban del techo.
Sara, fascinada por el ático, lo veía como un lugar mágico, perfecto para organizar pijamadas, contar historias de terror y compartir secretos bajo la luz de una lámpara. Ignorando los oscuros secretos que guardaba la vieja construcción, disfrutaban de su amistad sin imaginar la tragedia que se avecinaba.
Una tarde, mientras decoraban el ático con globos chinos, una sección del techo comenzó a desmoronarse lentamente. De la abertura surgieron extrañas fibras blancas, pegajosas y aterradoras, que parecían telarañas. Susana y Sara, presas del terror, observaban cómo las fibras se extendían por el ático, sin rastro de arañas a la vista.
Susana, presa del pánico, bajó las escaleras en busca de algo con qué romper el techo y eliminar la amenaza. Al regresar, su corazón se detuvo en seco. Sara yacía inmóvil en el suelo, cubierta por una masa de arañas que devoraban su cuerpo.
Un grito desgarrador rompió el silencio del ático. Susana, presa del horror y la impotencia, intentó salvar a su amiga, pero las arañas la atacaron sin piedad. Con una estaca ardiendo de la chimenea, intentó ahuyentar a las criaturas, pero fue en vano. Sara murió ante sus ojos, y su sangre empapó la madera del ático, dejando una mancha imborrable de dolor y terror.
Desde ese fatídico día, Susana se vio atormentada por el recuerdo de su amiga y por el horror que vivió en el ático. El miedo a las arañas se convirtió en una fobia, un recordatorio de la maldición que acechaba en la vieja casa de campo.
¡Fin!
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