Mi nombre es Anastasio. Nací en Ciudad Jiménez, Chihuahua, pero terminé metido en el rollo de los trailers gracias a un compa que decía que ahí el dinero fluía y las cosas se ponían interesantes.
Una noche, después de una jornada de trabajo, me paré en un paradero de trailers en el kilómetro 20, justo a las afueras de Juárez. Entre la neblina, vi a un tipo y su hija, como perdidos en la oscuridad. Se veían desesperados, así que me acerqué a ver qué onda.
Resulta que el camión que los llevaba los dejó botados y necesitaban llegar a Chihuahua capital. ¿Y qué crees? Me ofrecí a llevarlos, total, ya iba para allá.
Durante el viaje, el ambiente estaba tenso. El tipo hablaba de su esposa en Chihuahua, mientras la niña jugaba con un viejo radio que traía consigo. La cosa se ponía más rara por momentos.
Total, llegamos tarde en la noche del día siguiente, y el señor quiso darme unas monedas por el aventón. Le dije que no era necesario, pero insistió mucho y me dio cosa dejarlo con la mano extendida, así que se las acepté. El señor y la niña se alejaron, y la pequeña, muy simpática, se despidió ondeando su mano.
Para no hacer el cuento más largo, ya llevaba un par de horas manejando luego de despedirme de aquel par, cuando de repente escuché la voz de una mujer. Salté del susto, pero luego me di cuenta de que la niña había dejado su radio en el camión. Me apené un poco porque sentí que aquel objeto era importante para ella, pero al menos ya estaban en casa y podría estar con su madre; el radio ya saldría sobrando. Pero aún así, me desconcertaba que la mamá aún estuviera hablándole a su pequeña. Ya era para que el señor y su hija hubieran llegado a su casa.
Sentí un hueco en el estómago cuando puse atención a las palabras que aquella madre repetía constantemente en la radio: "Te extraño, pequeñita, y nunca te olvidaré, mi bebé. Estés donde estés, mami te amará por siempre". Esas tres frases las repetía una y otra vez, al siguiente día me paré en un Oxxo en la carretera rumbo a Zacatecas, donde vi en la portada de un periódico la foto de un señor. Lo agarré y de inmediato vi que era una foto familiar: estaba ahí el señor y su hija, y la que yo imaginaba era su madre.
Resulta que el tipo y su hija estaban en la foto, pero lo que realmente me heló la sangre fue la historia que acompañaba la imagen. El tipo había muerto en un accidente de coche, y su mujer quedó en coma. Irónicamente, la señora salió despedida del carro, y su familia había quedado atrapada por los cinturones de seguridad; el auto explotó. Me congelé en ese momento, pues vi que el accidente había pasado hacía una semana, y hasta apenas hace unos días habían podido identificar los cuerpos por lo mal que habían quedado.
La niña había estado usando ese radio para comunicarse con su madre en el hospital. Fue entonces cuando lo entendí. La madre de la niña no estaba hablando a través del radio. Estaba atrapada en un mundo entre la vida y la muerte, tratando desesperadamente de comunicarse con su hija desde el más allá.
Esa noche, cuando regresé al camión, sentí un escalofrío recorrer mi espalda. Miré el radio, y juraría que escuché un susurro proveniente de su interior. Después de eso, me deshice del maldito aparato sin pensarlo dos veces. Nunca más quise volver a saber de esa historia.
¡Fin!
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