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Mi Prima Bertha y el Juego Prohibido

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Hace unos seis años, durante unas vacaciones en familia, viajamos a un pueblo remoto donde vivieron los abuelos de mi madre. Nos alojamos en una antigua casa que llevaba años deshabitada, pero aún conservaba varias habitaciones disponibles.

Mi prima Bertha, de 13 años, era muy incrédula. Siempre se reía de las historias de fantasmas, que contaban mi madre o mi abuela. Decía que todo eso era producto de la imaginación.

Una noche, mientras explorábamos un cuarto polvoriento, encontramos varios objetos viejos, y entre ellos, una tabla Ouija. La llevamos a un rincón apartado de la casa, y nos pusimos a jugar con ella. Apenas comenzamos, el ambiente cambió repentinamente. El aire se volvió más denso, y un silencio extraño se apoderó de la habitación.

De pronto, Bertha levantó la cabeza. Tenia los ojos en blanco, y con una voz gruesa, parecida a la de un hombre mayor, comenzó a hablar.

Aterrada, grité llamando a mis padres. Cuando llegaron, la escena los dejó pálidos. Bertha murmuraba frases incomprensibles en un idioma extraño, mientras la luz titilaba hasta apagarse por completo.

Tratamos de hacerla volver en sí, pero lo único que hacía era reírse de manera perturbadora. Aquello duró apenas unos minutos, pero sentimos como si el tiempo se hubiera detenido. Luego, se desplomó en el suelo.

Al despertar, no recordaba nada. Lo más escalofriante fueron las marcas en sus brazos, como si unas manos la hubieran sujetado con fuerza.

Aquella noche, por miedo, nadie quiso dormir solo, así que terminamos durmiendo todos en la misma habitación, con las luces encendidas. Desde entonces, Bertha cambió. Ya no se burla de lo sobrenatural… Incluso, asiste a misa todos los domingos.

¡Fin!

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