Me llamo Lara, y esta es mi historia.
Cuando nací, mi madre falleció durante el parto. Desde entonces, fue mi padre quien se encargó de criarme, asumiendo los dos roles: el de madre y de padre.
Pero a los 12 años, lo perdí en un accidente automovilístico, y con su partida, todo mi mundo se vino abajo.
Sin nadie más que pudiera hacerse cargo de mí, me trasladaron a un orfanato. Al principio me sentía perdida y completamente sola, hasta que un grupo de chicos —Lorena, Daniela, Sofía y Daniel— se me acercaron. Les conté mi historia, y desde entonces me brindaron su apoyo incondicional.
Unos años después, en la noche de Halloween, decidimos jugar a la ouija para asustarnos un poco. Yo presentía que no era buena idea, pero no quería parecer miedosa, así que accedí. Quedamos en reunirnos a las 3:00 de la madrugada, la hora más tenebrosa.
Nos reunimos en una habitación antigua y apartada del resto del edificio. Daniela sacó la tabla apenas entramos, y al verla, todos nos miramos en silencio. Nos sentamos en círculo, colocamos los dedos sobre el puntero, y entonces ella hizo la primera pregunta.
—¿Hay alguien aquí?
El puntero se deslizó hacia el "Sí". Nos quedamos asombrados, mientras cada uno de nosotros indicaba que no lo había movido.
—¿Quién eres? —continuamos preguntando.
Las letras comenzaron a marcarse: J... A... V... I... E... R.
—¡Javier! —gritaron los demás.
Yo me quedé en silencio, porque ese era el nombre de mi padre.
La siguiente pregunta que hicimos fue:
—¿Nos conoces?
El mensaje que se formó me rompió por dentro:
—"No a todos. Solo a mi princesa."
Así era como mi papá solía llamarme... y nadie lo sabía. Nadie más podría haber dicho eso. Aquella noche no pude dormir, pero no fue por miedo, sino porque por un instante, sentí que mi padre realmente me hablaba desde el más allá.
¡Fin!
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