Hace muchos años, un amigo mío, con quien estudiaba en la escuela nocturna, me contó una serie de historias extrañas. Una de ellas ocurrió cuando él era un niño, y vivía justo enfrente de un cementerio. Nunca imaginamos cómo sería vivir tan cerca de un lugar así.
Él me decía que en su casa, por las noches, solían escuchar ruidos extraños, como si alguien estuviera lavando los platos, o la ropa. Esto sucedía porque el lavadero, estaba en el patio trasero. Su abuela, al oír esos sonidos, les comentaba que eran espíritus traviesos, y les sugería rezar un rosario o un "Padre Nuestro", para que se alejaran. También relataba, que en la oscuridad de la noche, en su hogar o en las casas vecinas, tocaban las puertas sin que nadie se mostrara al abrir. Si alguien se asomaba, no encontraba a nadie en el umbral.
Mi amigo mencionaba, que en ciertas noches, después de medianoche, se oían pasos en la sala, acompañados del sonido de objetos siendo movidos. Sin embargo, al amanecer, todo volvía a estar en su lugar, sin ningún signo de alteración.
Lo que me dejó una fuerte impresión, fue cuando me contó, sobre una ocasión en la que se levantó a beber agua, y al salir al pasillo, escuchó voces provenientes de la calle. Se asomó a la ventana, y vio una procesión de numerosas personas. Algunas vestían ropas antiguas, otras llevaban velas en las manos, y parecía que estaban rezando en silencio. La fila de personas era tan extensa, que parecía no tener fin. Algunos habían ingresado ya al cementerio, pero aún quedaban muchos por entrar. Desde su ventana, no podía ver el final de la procesión.
En su casa, su abuela encendía una vela cerca de la puerta, con la intención de guiar a las almas errantes. También les dejaba un vaso con agua, y a menudo, al amanecer, el vaso aparecía vacío o con el agua a la mitad, y en algunas ocasiones se podían observar huellas dactilares en el cristal.
¡Fin!
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