Jonathan del Muro, un joven de quince años que reside en el estado de Zacatecas, solía recorrer en bicicleta las calles polvorientas de su ciudad. Una tarde, mientras regresaba a casa, decidió tomar un camino alternativo que pasaba cerca del antiguo panteón municipal. La luz del sol empezaba a declinar, proyectando largas sombras entre las lápidas y los mausoleos.
Fue entonces cuando notó algo inusual. Entre las tumbas, una figura solitaria deambulaba lentamente. Era una mujer vestida de negro, como una sombra; la mujer parecía sumida en un profundo dolor. Sus sollozos, amortiguados por el silencio del cementerio, llegaban hasta sus oídos. Impulsado por su deseo de ayudar, Jonathan se acercó cautelosamente.
Señora .. necesita ayuda? —preguntó con voz temblorosa.
La mujer no le respondió. Intentó nuevamente llamar su atención, pero solo recibió como respuesta un nuevo estallido de llanto. Fue entonces cuando, impulsada por un sollozo más intenso, la mujer levantó la cabeza. A la débil luz del atardecer, Jonathan recién pudo distinguir sus facciones: la mujer tenía un rostro cadavérico, con ojos hundidos que parecían vacíos de vida. El horror lo paralizó por un instante, antes de que emprendiera una huida despavorida.
Al llegar a casa, aún tembloroso, compartió su aterradora experiencia con sus padres. Su padre, con una expresión grave, le confesó que no era el único que había sentido presencias extrañas en aquel lugar. En ocasiones anteriores, mientras caminaba por los alrededores del panteón, había percibido una atmósfera opresiva, como si fuera observado por ojos invisibles.
¡Fin!
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