En un pequeño pueblo rodeado de montañas y frondosos bosques, vivía Carina, una joven de mirada intensa y una sonrisa siempre a medias. Sus vecinos la evitaban, y murmuraban a sus espaldas que estaba marcada por el Diablo.
Desde niña, su madre le advertía: "Nunca mires a los ojos de un extraño en la noche." Pero Carina nunca creyó en supersticiones.
Una noche, mientras caminaba sola por el bosque, vio a un hombre alto y vestido de negro, con un sombrero ancho que cubría su rostro. Sus botas no hacían ruido al pisar las hojas secas.
—Buenas noches Carina —saludó con una voz profunda y suave.
Ella sintió un escalofrío, pero no bajó la mirada.
—¿Cómo sabes mi nombre?.
—Siempre lo he sabido —respondió el hombre, inclinando la cabeza.
Carina sintió una fuerza invisible que la atraía hacia él, mientras sus ojos, rojos como brasas, la atraparon. En ese instante, comprendió su error. No era un hombre. Era el Diablo.
Trató de moverse, pero sus pies no le respondían, mientras un intenso calor comenzó a recorrer su cuerpo.
—Tu madre intentó protegerte, pero ya es tarde. Me miraste, y ahora me perteneces.
Carina nunca más fue vista en el pueblo. Solo encontraron restos de su vestido en el bosque, parcialmente quemado por el fuego de aquel encuentro. Desde entonces, dicen que en las noches de luna llena, si alguien camina solo por el bosque y mira a los ojos de un extraño, su destino será el mismo.
¡Fin!
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