En un pequeño pueblo rodeado de montañas, vivía Sofía, una niña de ocho años, que solía pasar sus tardes sola, jugando en el jardín de su casa. Allí, bajo la sombra de un árbol antiguo, un viejo columpio crujía con cada movimiento. Para Sofía este era su lugar favorito.
Una tarde, mientras el sol se escondía, Sofía notó algo extraño. El columpio se mecía solo, a pesar de que no había viento. Intrigada, se acercó. Cuando estaba a punto de tocarlo, una brisa helada la estremeció, y al levantar la vista, vio a una mujer.
Era una figura de cabello largo, vestida de blanco. Sus ojos oscuros, parecían absorber la luz. Con una sonrisa, la mujer dijo:
—¿Sofía, quieres jugar conmigo?
Sofía retrocedió, paralizada por una mezcla de temor y curiosidad.
—¿Quién eres? —le preguntó.
La mujer inclinó la cabeza y respondió:
—Soy Lucía. Vivía aquí hace mucho tiempo, pero ahora estoy sola. Ven conmigo, te prometo que no volverás a sentirte sola.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Sofía, quien recordó las advertencias de su madre, sobre hablar con desconocidos. Pero la voz de Lucía tenía un poder hipnótico, que lo obligaba a seguirla. En ese momento, la vecina, apareció corriendo por el jardín, agitando un rosario en la mano.
—¡Aléjate de ella Lucía! —gritó con mucha fuerza.
La figura, al escuchar el grito, se desvaneció. La anciana abrazó a Sofía, y le explicó que Lucía era el espíritu de una madre, que había perdido a su hija, y que buscaba llenar su soledad llevándose niñas con ella.
Aquella noche, desde su ventana, Sofía observó el columpio inmóvil. Aunque prometió nunca más jugar sola al atardecer, sabía que Lucía, seguiría esperando paciente, a que otra niña aceptara su invitación.
¡Fin!
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