Hace mucho tiempo, en un apacible poblado junto al río Guatapurí en Colombia, vivía una joven de belleza cautivadora. Su carácter desafiante la llevaba a desobedecer a sus padres, quienes, a pesar de sus esfuerzos, no lograban frenar su impulsividad.
Era Jueves Santo, y la gente del pueblo se había congregado para honrar las antiguas tradiciones religiosas. Sin embargo, la joven, con un aire de rebeldía, les anunció a sus padres su intención de nadar en el río. Ellos, contrariados, le prohibieron tajantemente acercarse al agua. Pero ella, impaciente y testaruda, aguardó a que sus padres la perdieran de vista, y con paso sigiloso, se encaminó en secreto hacia el río.
Al llegar, se subió a una gran roca situada en la orilla y se zambulló, disfrutando de la frescura del agua mientras reía y chapoteaba. Entretanto, sus padres, al percatarse de su ausencia, corrieron con el corazón angustiado hacia el río para buscarla.
En medio de su juego, la joven sintió que sus piernas se volvían pesadas e inmóviles, y con dificultad, trató de nadar de regreso a la orilla. Al llegar, encontró a sus padres, quienes le gritaban aterrados que saliera del agua. Pero, al verse a sí misma, la sorpresa fue devastadora: sus piernas ya no estaban; en su lugar, una reluciente y larga cola de pez había aparecido. Fue entonces cuando entendió que no habría forma de regresar.
Con una última mirada de despedida, la joven trepó nuevamente a la roca, y moviendo su brillante cola, saludó por última vez a sus padres antes de sumergirse en el río, perdiéndose en sus profundidades.
Desde entonces, la leyenda dice que cada Jueves Santo, la figura de la joven vuelve a esa misma roca. Algunos aseguran haberla visto, pero antes de que alguien logre acercarse, ella desaparece, volviendo a ocultarse en las aguas del Guatapurí.
¡Fin!
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