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La Procesión de los Muertos, el Día de Todos los Santos

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La festividad de Todos los Santos, o mejor conocida como el Día de los Muertos, es una celebración de gran relevancia que no debe ser ignorada ni mucho menos tomada a la ligera. Este fue el caso de Juan, quien solía burlarse de su esposa por mantener viva esta tradición, levantando un altar para los muertos en su humilde hogar con lo poco que tenía disponible, ya que Juan no le daba dinero para que lo gastara en esas creencias.

Mientras tanto, él sí gastaba su dinero en largas borracheras y fiestas que se extendían hasta el amanecer. En una ocasión, justo en vísperas del Día de los Muertos, salió de su casa tras almorzar, con la intención de ir a tomar unas cervezas al pueblo. Su esposa le pidió que le trajera unas veladoras y café para poner en la ofrenda en honor a sus padres fallecidos. Pero ni con eso logró convencer a su esposo, quien, de mala gana, salió dando un portazo y se dirigió al pueblo.

Después de varias rondas de alcohol, ya estaba completamente borracho. Fue entonces cuando recordó a su madre, quien había fallecido dos años atrás. Con algo de culpa en su interior, decidió regresar a su casa temprano. Ya era media noche cuando, al pasar por una zona despoblada cerca del cementerio, vio una multitud que se dirigía al pueblo.

Encabezando la procesión iban los niños, seguidos por los adultos que venían detrás. Entre la multitud, reconoció a su tío, fallecido varios años atrás. Quiso seguir a la procesión, pero, sorprendido, se quedó paralizado junto a un árbol donde estaba apoyado. Por más que intentaba moverse, no podía, y debido a su estado de embriaguez, terminó quedándose dormido.

Antes del amanecer, despertó y vio que la procesión regresaba, en el mismo orden en que la había visto antes. Cuando pasaron junto a él, se dio cuenta de que todos los muertos llevaban en sus manos las ofrendas que sus familiares les habían dejado. Entre ellos, reconoció a sus padres, que llevaban solo una tortilla y un vaso de agua. Se les veía profundamente tristes por tan pobre ofrenda.

Cuando la procesión terminó de pasar, Juan se desmayó del susto. Al despertar, ya con la luz del día, regresó a su casa corriendo y le contó a su esposa lo que había visto. Le preguntó qué había puesto en la ofrenda de sus padres, y ella le respondió que solo pudo dejar una tortilla y un vaso de agua, ya que no había dinero para más.

A partir de ese momento, Juan se arrepintió profundamente por no haber hecho un esfuerzo para honrar a sus padres como se merecían. Desde entonces, creyó firmemente que las almas venían a visitarnos, y cada año les deja a sus padres una ofrenda con todo lo que les gustaba en vida.

¡Fin!

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