En un remoto poblado rodeado de densos bosques, vivía una mujer con sus cinco hijas. A pesar de las constantes advertencias sobre los peligros del bosque, las niñas, impulsadas por la curiosidad y la desobediencia, decidieron escaparse y adentrarse en él.
El bosque no era un lugar común. Se rumoreaba que el tiempo allí transcurría de manera extraña: lo que dentro parecían horas, en el exterior eran años. María, la mayor de las hermanas, con apenas once años, intentaba mantener la calma y proteger a sus hermanas menores mientras avanzaban entre los árboles.
De repente, una sombra oscura y silenciosa comenzó a seguirlas. Las niñas, aterradas, corrieron para escapar de ella, pero en su desesperación, se adentraron más y más en el bosque. La sombra parecía perseguirlas sin descanso, como si estuviera jugando con ellas.
En un momento de pánico, dos de las hermanas se separaron del grupo. Minutos después, sus gritos desgarradores resonaron en la espesura, helando la sangre de las demás. María y las otras dos niñas, temblando de miedo, corrieron en busca de sus hermanas. Lo que encontraron las dejó sin aliento: los cuerpos de las pequeñas yacían en el suelo, sin vida y con una expresión de terror congelada en sus rostros.
El miedo las paralizó, pero sabían que no podían quedarse allí. La sombra seguía acechándolas, acercándose cada vez más. Corrieron sin rumbo, llorando y rezando por encontrar una salida. Finalmente, tras lo que pareció una eternidad, lograron escapar del bosque.
Sus padres, que las habían buscado durante dos largos años, las abrazaron con lágrimas de alivio. María, destrozada por la pérdida de sus hermanas, no podía entender cómo el tiempo había pasado tan rápido. Para ellas, únicamente habían pasado unas horas dentro del bosque.
Esta experiencia les enseñó una lección invaluable: siempre hay que obedecer los consejos de los mayores, pues los peligros del bosque son reales y mortales.
¡Fin!
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