Cierto día, me dejaron a cargo de mi sobrino, que aún era un bebé. La noche ya había caído, y él dormía plácidamente en su cuna; mientras tanto, yo estaba en el lavadero, situado bajo las escaleras, lavando los trastes. Desde ahí, podía observar la ventana del cuarto donde él descansaba.
Mientras lavaba, una pequeña luz captó mi atención por el rabillo del ojo. Al voltear, noté que algo se movía rápidamente cerca de la cama, como si algo pequeño hubiera pasado por ahí. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, pero reuní todo mi coraje, y corrí hacia el cuarto.
Al entrar, vi a mi sobrino de pie en su cuna, con los ojos desmesuradamente abiertos, y los brazos extendidos hacia mí, como si pidiera ayuda. Su expresión era de puro terror. Esa imagen me paralizó por un momento, pero reaccioné rápido, lo tomé en brazos y lo llevé conmigo a la sala.
Cuando sus padres regresaron, les narré lo ocurrido. Para mi sorpresa, me escucharon atentamente y no dudaron de mis palabras. Aunque intenté explicarlo, nunca pude entender qué fue lo que vi aquella noche.
¡Fin!
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