En el corazón de Guanajuato, México, donde la tierra se perforaba en búsqueda de minerales, una oscura leyenda se arraigaba en las profundidades de la mina, susurrando historias de terror entre los mineros.
Corría el año 1908 cuando el silencio de la mina se vio abruptamente interrumpido por el macabro hallazgo de un pequeño cuerpo. Una niña, de apenas diez años, yacía inerte en el fondo de uno de los túneles.
El origen de la niña era un completo enigma. Nadie la conocía, ni su familia, ni su nombre resonaba en los recuerdos de los habitantes de la ciudad.
Se rumoreaba que esta niña era hija de un minero. Su mente, frágil y atormentada, se había oscurecido con el tiempo, sumiendo a la niña en un mundo de sombras y sufrimiento por los problemas mentales que padecía.
Un día, en un arrebato de desesperación, el padre decidió poner fin al tormento de su hija. La condujo a las profundidades de la mina, donde la luz del sol nunca llegaba, y allí, bajo la imponente oscuridad, le arrebató la vida. El cuerpo de la niña fue enterrado en las entrañas de la tierra, un secreto que la mina guardaría celosamente.
Desde entonces, la leyenda de La Niña de la Mina comenzó a rondar por los túneles, susurrando historias de terror a los oídos de los mineros. Algunos decían verla vagando por las oscuras galerías, su pequeña figura envuelta en una nube de polvo, sus ojos perdidos en la búsqueda de un consuelo que nunca llegaría.
Otros aseguraban escuchar su tenue llanto, un lamento que resonaba en las paredes de la mina, impregnando el aire de una tristeza infinita. La leyenda se convirtió en una advertencia para los mineros, un recordatorio de la crueldad que puede esconderse en el corazón de un hombre y la fragilidad de la vida.
¡Fin!
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