Cuando tenía once años, allá por 1996, estudiaba en un colegio llamado Liceo Pedagógico. En esa época, tenía un buen amigo, Diego Armando. Éramos muy cercanos, pero con el tiempo, perdimos contacto. Desde que salimos del colegio, no volví a saber de él.
Recuerdo que un fin de semana festivo, Diego se fue con su familia a una finca que ellos tenían. Querían descansar, alejarse un poco del ruido de la ciudad. Esa noche, todos se acostaron temprano. Cada miembro de la familia se fue a su habitación, y la finca quedó en un profundo silencio.
Pero a las tres de la madrugada, un fuerte aleteo los despertó. Las gallinas y gallos que tenían en el corral, revoloteaban desesperados, como si algo las hubiera asustado. Diego se levantó de la cama, se asomó por la ventana y fue entonces cuando vio algo que jamás olvidaría.
Una figura estaba parada frente al gallinero. No era una persona común. Tenía patas de mula, una cola larga que se movía lentamente, y unos enormes cuernos que salían de su cabeza. El aire estaba impregnado con un fuerte olor a azufre, tan intenso que, según me contó, era insoportable.
Dicen que lo que vio, no era un hombre disfrazado, ni una ilusión. En la tradición popular, lo llaman Viruñas, pero todos lo conocen mejor como el Diablo.
¿Fue realmente el Diablo lo que vio Diego?. O alguien disfrazado les quiso jugar una broma.
¡Fin!
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