Hace mucho tiempo, en un remoto pueblo rodeado de densos bosques y montañas, vivía una comunidad próspera pero supersticiosa. Según la leyenda, en una noche de luna llena, un grupo de aldeanos llevó a cabo un acto de extrema crueldad: traicionaron a un anciano ermitaño que había sido generoso con ellos durante años. En un acto de venganza por motivos oscuros, lo acusaron injustamente de brujería y lo condenaron a la hoguera.
El anciano, antes de perecer entre las llamas, maldijo a sus verdugos y al pueblo entero, pronunciando una maldición sobre el día en que fue traicionado: cada viernes, la oscuridad volvería a reclamar el pueblo, trayendo consigo desgracias y sufrimientos. Desde entonces, el viernes se convirtió en un día temido por todos.
Los lugareños, presos del miedo, evitaban salir de sus hogares los viernes, temerosos de atraer la ira de la maldición. Se contaban historias de accidentes inexplicables, desapariciones misteriosas y encuentros con criaturas sobrenaturales durante esos días. El viernes se convirtió en sinónimo de desgracia y desesperanza para el pueblo, y la leyenda del viernes maldito pasó de generación en generación como una advertencia sobre las consecuencias de la traición y la crueldad.
Aunque muchos intentaron desafiar la maldición, el viernes seguía siendo un día marcado por la tragedia y la desdicha. Se dice que la única forma de romper la maldición es encontrar la bondad y la redención en los corazones de aquellos que la desataron, pero nadie ha logrado hacerlo hasta el día de hoy. La leyenda del viernes maldito sigue viva en la memoria del pueblo, recordándoles que el mal siempre encuentra su camino de regreso.
¡Fin!
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