En un día gris y cargado de presagios, abordé el metro con la prisa característica de las mañanas laborales. Encontré un asiento vacío junto a la puerta y noté que el vagón estaba sorprendentemente silencioso, como si todos compartiéramos una expectativa no expresada. Saqué el periódico del día para pasar el tiempo durante el trayecto.
Al comenzar a leer, una extraña sensación de déjà vu me invadió. Las noticias parecían reflejar fragmentos de mi vida, resonando una tras otra con una precisión inquietante sobre eventos que solo yo debería conocer. Mi pulso se aceleró al tropezar con una esquela, la cual resultó ser el obituario de mi padre. En ese preciso momento, mi teléfono vibró con la crudeza de una sentencia: una voz entrecortada me informó que mi padre había fallecido apenas unas horas antes.
Traté de persuadirme de que era simplemente una coincidencia extraña, pero el periódico aún no había terminado de sorprenderme. La noticia siguiente narraba un accidente en el vecindario donde residía, detallando cómo un automóvil se había estrellado contra una casa, causando daños parciales. Mi teléfono volvió a vibrar, mostrando un mensaje de un vecino que decía: Un automóvil chocó contra tu casa. Es un desastre. El temor se apoderó de mí.
Continué leyendo y otra noticia llamó mi atención: un robo a mano armada frente a un negocio local. Antes de que pudiera procesarla completamente, mi madre me llamó. Temblando, respondí, solo para escuchar su voz alterada explicando cómo había sido víctima de un asalto esa misma mañana.
El miedo me envolvía como un manto. Cada palabra del periódico parecía cobrar vida en mi entorno. Comencé a pasar las páginas frenéticamente, buscando una explicación, una salida, pero lo que descubrí fue aún más aterrador. Las fotografías ocupaban las páginas, cada una mostrándome con expresiones de desesperación y terror. Sin embargo, no estaba solo en esas imágenes; en cada una aparecía una figura siniestra, una anciana con una mirada perturbadora y sombría.
La última página me impactó profundamente. Mostraba una imagen perturbadora: yo estaba parado en las vías del metro, con un tren aproximándose a gran velocidad. Levanté la vista del periódico, con el corazón latiendo con fuerza, y escudriñé el vagón con la mirada. Al final, en el último asiento, estaba ella: la anciana del periódico, con una mirada penetrante y sombría que parecía traspasar mi alma.
En ese instante, todo pareció detenerse. El metro, el periódico, las llamadas; todo convergió en un momento de puro terror. La anciana sonrió lentamente, una sonrisa que parecía augurar el fin. Paralizado por el miedo, solo podía esperar, preguntándome cómo me había convertido en el protagonista de mi propia historia de horror, escrita en las páginas de un periódico que revelaba mi destino inevitable.
¡Fin!
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