La historia que voy a contar a continuación, me pasó cuando tenía siete años.
Una noche, me acosté temprano como de costumbre, y al poco rato de quedarme dormida, desperté en un lugar muy extraño. Todo estaba oscuro, frío y silencioso, como si estuviera dentro de una película de terror. No entendía cómo había llegado allí.
De pronto, sentí un dolor agudo en el brazo. Al mirar, noté que tenía una cortada profunda que sangraba bastante. Me asusté muchísimo, y traté de pedir ayuda, pero no había nadie a mi alrededor. Estaba completamente sola.
Fue entonces cuando vi una figura al frente. No era una persona... era como una sombra negra, alargada, con grandes garras, y una sonrisa que le iba de oreja a oreja. Aquella cosa se me quedó mirando, sin moverse, y sin hablar.
En ese momento, escuché a mi mamá llamarme desde la sala, diciéndome que me levantara, que el desayuno ya estaba listo. Su voz me sacó bruscamente de la pesadilla en la que estaba sumergida. Me desperté sobresaltada y confundida, sintiendo un fuerte ardor en el brazo. Al levantar la manga de mi pijama para ver qué era, me quedé aterrada. Tenía la misma herida que había visto en mi sueño.
Esa cicatriz nunca desapareció. Y cada vez que la veo, no puedo evitar recordar aquella noche. A veces me pregunto si fue solo una pesadilla... o algo mucho más real.
¡Fin!
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