Trabajo en el transporte público. Era uno de esos días con poco pasaje, regresando a casa en una unidad vacía. La calle estaba solitaria y amenazaba lluvia, el cielo oscuro y relampagueante. En la distancia, vi a una anciana con una gran bolsa negra, lo cual me pareció extraño a esa hora.
Frené y le pregunté: "Madrecita, ¿a dónde va?". Ella respondió: "A unas cuadras joven, casi llego a casa". Le ofrecí llevarla, y aunque no tenía dinero para pagar, insistió en que la llevara. Abrí la puerta y subí su pesada bolsa. La señora se sentó detrás de mí y me agradeció, comentando: "Ya no hay buenas personas, hijito, gracias por ayudarme".
Iniciamos una conversación, pero cuando llegamos a su destino, dejó de responder. Al girar para despedirme, descubrí que había desaparecido, a pesar de que nunca había frenado. Al llegar a casa, revisé la unidad y no había rastro de ella. Esta fue la única vez que la vi. Más tarde, al regresar al lugar donde la recogí, solo encontré una cruz con letras borrosas, supongo que en su memoria.
¡Fin!
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