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La Dura Prueba de Perder un Hijo

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Les contaré algo que me sucedió. Tengo dos niñas y siempre quisimos tener un niño. En mi tercer embarazo, lo tuve y estábamos felices. Le teníamos preparado su cuarto, su cuna, todo. Siempre fui a un doctor particular que, en cada ultrasonido, me aseguraba que todo iba bien. Sin embargo, a los 8 meses, tuve que someterme a una cesárea de emergencia porque tenía mucho líquido y algo no estaba bien con el bebé.

Cuando nació, descubrimos que no se le habían desarrollado los intestinos y que tenía una cardiopatía congénita. Estaba muy grave y no podía comer, así que le suministraban una solución especial por vía intravenosa. Fue un infierno. Los médicos querían operarlo, pero llegó un cardiólogo que dijo que no aguantaría la operación, que mi niño se iría en cualquier momento.

Pasó cuatro meses en la incubadora, y durante ese tiempo no me separé de él. Tuve que someterme a una cesárea y no tuve ni un día de reposo. Mi esposo fue un gran apoyo, siempre estuvo allí para nosotros. El día que nació, voltee hacia la ventana y vi a la Santa Muerte, pero al volver a mirar, solo era un árbol. Le pedí que no se lo llevara, aunque nunca había sido devota, la respetaba.

A los cuatro meses, un día, ya cansada, vi a mi hijo muy mal y hablé con Dios. Le dije que me lo había dado, que ya lo conocía y había estado con él todo el tiempo, y que si se lo quería llevar, era suyo. Ese día, a esa hora, mi hijo falleció. Fue horrible, el peor dolor que he conocido.

Tres meses después, falleció mi madre y siento que él se la llevó. Han pasado ya cuatro años y sigo mal, sigo en depresión. Solo estoy bien por mis hijas.

¡Fin!

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