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La Curandera y el Mal Oculto

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La historia se desarrolla en un día común, donde los eventos que sucedieron marcarían a los protagonistas de por vida y esperan no repetirlos jamás.

Elena golpeó con urgencia la puerta de su vecina Sara. Lo que estaba sucediendo en su hogar requería atención inmediata. Ambas eran amigas desde hace años, desde que llegaron a la población. Al abrir la puerta, Sara vio a Elena entre lágrimas, diciéndole que su marido estaba muy enfermo, que no podía levantarse de la cama y le pidió que la acompañara a verlo.

Vicente había sido taxista durante una década y se dedicó a esa profesión poco después de casarse con Elena, para poder costear los gastos del embarazo y del recién nacido que llegaría.

Ambas mujeres entraron a la habitación del matrimonio, donde Vicente yacía en su cama quejándose de un dolor insoportable en su vientre, fiebre alta y mucha sudoración. Pero lo que más llamó la atención de las dos vecinas fue el nauseabundo olor que impregnaba la habitación, como si un animal hubiera muerto hace días y nadie lo hubiera sacado ni abierto las ventanas.

Para sorpresa de todos, el olor provenía de Vicente, cuyo estómago emanaba un olor pestilente y estaba de un color verde opaco, con un extraño pus que salía de sus poros.

"Tenemos que llevarlo a la posta", dijo Elena entre lágrimas y preocupación mientras se alistaba, buscando sus documentos, los de su marido y el dinero para el taxi. Pero Sara la detuvo, llevándola al comedor y diciéndole: "Lo que tiene Vicente ningún doctor lo va a poder ayudar".

Elena, sin entender mucho, le preguntó: "¿De qué estás hablando?".

Sara le explicó: "A tu marido le hicieron un trabajo, un mal, una brujería".

Elena, visiblemente molesta y contrariada, contestó: "Estás loca, ¿cómo es eso posible? Esas cosas no existen, son imaginaciones de gente ignorante".

Sara respondió: "Yo se de estas cosas, las vi antes, pero no sé cómo lidiar cone eso. No voy a discutir contigo eso ahora, lo importante acá es la salud de Vicente. Conozco a alguien en la población, la gente dice que fue una antigua machi o curandera, no sé bien, pero ella nos podría ayudar".

"Haré lo que sea necesario para ayudar a Vicente", dijo Elena entre sollozos.

"Ven conmigo, iré a buscar ayuda y regreso enseguida, no te alejes", respondió Sara.

Nadie recuerda cuándo llegó la señora Blanca a la población. Siempre estaba allí, según los vecinos. Era como si hubiera estado viviendo ahí desde antes de que la población existiera, cuando solo era terreno agrícola.

A pesar de lo dicho por Sara, Elena llamó al fono de emergencia para pedir una ambulancia, pero la respuesta que recibió no fue la mejor, ya que no había móviles disponibles y la espera era de aproximadamente una hora. Fue entonces cuando Sara entró con la sra. Blanca. La anciana era mayor, de unos 80 años más o menos, se notaba el paso del tiempo en su pelo cano y sus arrugas marcadas, pero Elena sentía una sensación de confianza al verla, lo cual, a pesar de lo dramático de la situación, la calmó un poco, sin saber por qué.

"Buenas tardes Elena", dijo la sra. Blanca con voz calmada pero firme. "Sara me ha informado sobre la situación y necesito que seas muy precisa: ¿tu marido ha tenido algún encuentro particular con alguien recientemente? ¿O ha habido alguna discusión que pueda ser relevante?"

Elena recordó que hace unos días Vicente había transportado a un pasajero, un hombre alto que vestía de negro. Este sujeto, al finalizar la carrera, le quiso pagar con unas extrañas monedas que no eran del país y al no aceptarlas, comenzó a gritarle en un idioma extraño, amenazándolo.

La sra. Blanca, una vez escuchada esta historia, le pidió a Elena que la llevara a la habitación donde estaba su marido. Vicente seguía tendido en su cama quejándose del dolor en su vientre y el olor se había vuelto más insoportable. La anciana miró a Sara y le dijo: "Vaya a mi casa lo más rápido que pueda y dígale a mi ahijada que le pase mi bolso tejido, el que está en mi pieza, que es urgente, además que le pase las hierbas que uso siempre, que las saque de la huerta que está en el jardín".

Al poco rato, la sra. Blanca recibió el bolso y las hierbas, y pidió agua hervida en un tiesto, sábanas blancas limpias y cordel rojo.

Después de un proceso misterioso en la habitación, la sra. Blanca salió con una bolsa hecha de las sábanas blancas, atada con el cordel rojo, que parecía moverse como si algo estuviera dentro.

"Me ocuparé de esto", dijo la sra. Blanca. "Tu marido está bien, Elena. Está llamándote. Puedes ir a verlo, pero te sugiero que lo dejes descansar unos días. Ya no hay motivo de preocupación".

Elena se apresuró a la habitación donde estaba Vicente, quien estaba tranquilo en la cama. El olor desagradable había desaparecido. La sra. Blanca le entregó una cruz hecha de palqui, atada con lana roja, y le aconsejó que la colocara en la puerta de entrada.

Pasó una semana desde los sucesos, cuando Elena y Sara encontraron un pájaro negro colgado del cuello con el mismo cordel rojo que Elena le había dado a la señora Blanca. La señora Blanca se despidió de ellas y se retiró, dejando a ambas mujeres asombradas y agradecidas por su ayuda.

Elena regresó a su casa para preparar la once, ya que su marido estaba por llegar del trabajo.

¡Fin!

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