En la parte histórica de la ciudad, entre callejuelas empedradas y fachadas coloniales, se encontraba un viejo bar, vestigio de una época olvidada. Sus paredes, impregnadas de historias y secretos.
Atraída por su encanto decadente, Mercedes, una joven emprendedora, decidió comprarlo y darle nueva vida. Junto a su novio, Tomás, se embarcaron en la tarea de restaurar el lugar, sin imaginar las terribles revelaciones que les aguardaban.
En su primera visita, Mercedes quedó cautivada por la arquitectura del bar: techos altos, ventanales amplios y una barra imponente que parecía guardar incontables anécdotas. Al limpiar el lugar, encontró un espejo antiguo, empañado por el tiempo, que decidió colgar en una de las paredes.
Mientras Tomás iba por comida, Mercedes se dedicó a organizar la bodega. De pronto, un sonido metálico la sobresaltó. Eran fichas de dominó chocando entre sí, acompañadas por el aroma penetrante del humo de cigarrillo. Al salir al bar, no vio a nadie, pero al mirar en el espejo, una imagen escalofriante la invadió.
El reflejo mostraba el bar repleto de personas vestidas a la antigua, con sus rostros pálidos y demacrados, como espectros de un pasado funesto. Al girarse, el lugar estaba vacío, solo la barra y un silencio sepulcral. Atribuyendo la visión al cansancio, Mercedes decidió ignorarla.
Al volver a la bodega, un nuevo horror la esperaba. Tres mujeres, ataviadas como cortesanas de antaño, la observaban con ojos vacíos. Aterrorizada, Mercedes huyó del lugar y esperó a Tomás en el exterior, sin poder articular palabra.
Tomás, al escuchar su relato, la miró con escepticismo. Sin embargo, las obras continuaron. Días después, mientras excavaban bajo un frondoso aguacatero, los albañiles descubrieron un pozo macabro: estaba repleto de huesos humanos.
Mercedes y Tomás se enfrentaron a una verdad inimaginable: el bar no solo guardaba historias, sino también los fantasmas de un pasado sangriento.
¡Fin!
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